A partir del libro “Invisible Women”, de Caroline Criado Pérez, exponemos cómo los hombres son los humanos por defecto en un mundo diseñado para ellos.
Las grandes bases de datos que utiliza la IA, los sesudos estudios de los organismos públicos o privados sobre cualquier temática o la forma de calcular el Producto Interior Bruto de cada país ignoran sistemáticamente algunos datos básicos sobre las mujeres, la mitad de la población mundial. El sesgo en los datos tiene efecto cascada en el diseño de productos y servicios o en las inversiones presupuestarias de organismos públicos. ¿Es posible que un producto supuestamente neutro respecto al género o el diseño de una calle o un parque no respeten la igualdad de género? La respuesta es que sí, y ocurre constantemente, según explica Caroline Criado Pérez en su libro “Invisible Women” (2019), de la editorial Chatto & Windus. Sin ánimos de ser exhaustiva con los numerosos ejemplos y estudios que la autora del libro expone, nombraré algunos muy claros relativos al diseño, la arquitectura y el urbanismo.
Talla única (masculina)
La talla única de los productos, que supuestamente podría calificarse como neutra en cuanto a género, sólo favorece a un tipo de personas, los hombres de tamaño estándar. Esto deja fuera, pues, a una gran parte de la población. Hay muchos ejemplos que ratifican este hecho, algunos muy graves o que afectan a la seguridad de las personas, y otros menos graves para la supervivencia, pero totalmente injustos, como son algunos instrumentos musicales.
Las manos de las mujeres son de media más pequeñas que las de los hombres, y aún así seguimos diseñando productos que se ajustan a la perfección el tamaño medio de la mano de ellos. La mano de las mujeres tiene una anchura de entre 18 y 20 cm. de media. Las octavas en un teclado de piano estándar tienen una anchura de 18,8 cm, lo que desfavorece al 87% de las mujeres pianistas. Según un estudio realizado en 2015 que comparaba las manos de 473 pianistas a su nivel de logro, mostró que los 12 mejores pianistas a nivel internacional tenían manos superiores a 22,3 cm. de ancho. Sólo había dos mujeres en este excelso grupo, con manos de 22,5 y 24 cm. respectivamente. El tamaño estándar de los teclados no sólo afecta al éxito de las mujeres pianistas respecto al de sus colegas masculinos, sino que también provoca que tengan muchas más lesiones.
Los productos tecnológicos suelen ser también un terreno mucho más abonado para la comodidad de los hombres que para la de las mujeres. El tamaño importa en el mundo de los smartphones, que han crecido en los últimos años. Podría parecer irrelevante en cuanto a género, pero está comprobado que cuanto mayores, más difíciles de utilizar con una sola mano por parte de las mujeres, que como sabemos tienen una mano más pequeña. Puede parecer que el uso necesario de ambas manos no es ningún problema, pero en casos de emergencia puede resultar clave poder tomar fotos, grabar o hacer llamadas con una sola mano. Según los expertos, las mujeres somos las primeras en adquirir smartphones cada vez mayores, ya que los llevamos en el bolso, y no en el bolsillo. Pero este hecho pone en evidencia a otro: la falta de bolsillos grandes en el diseño de la ropa femenina.
Hay otros casos de productos tecnológicos similares a éste, como el tamaño de algunos auriculares o el de las gafas de realidad virtual, que desfavorecen notablemente su uso por parte de las mujeres y hacen incrementar el gap tecnológico. Pero existe un caso que resulta especialmente grave, y es el del software de reconocimiento de voz. Los datos que expone el libro de Caroline Criado sobre este concepto son antiguos (2016) y seguramente el sesgo ha disminuido bastante en los últimos años. Criado explica que, según un estudio de la Universidad de Washington, el software de reconocimiento de voz de Google era un 70% más efectivo con las voces masculinas hasta ese año. Este hecho supone que las mujeres deben esforzarse mucho más en la pronunciación de las palabras para adaptarla al software, lo que puede generar situaciones muy graves que pueden afectar a su seguridad en casos como, por ejemplo, los navegadores utilizados en los coches. ¿El problema es la voz de las mujeres? Evidentemente no, es la brecha de género.
De hecho, la industria automovilística castiga especialmente a las mujeres. Estadísticamente los hombres están más involucrados en accidentes de coche, por lo que los estudios de seguridad están sesgados. Pero si una mujer sufre un accidente de coche, tiene un 47% más de probabilidades de resultar gravemente herida y un 17% más probabilidades de morir. Y esto tiene mucho que ver en cómo ha sido diseñado el coche. Por nuestro tamaño medio más pequeño, las mujeres necesitamos acercar más el asiento a los pedales y subirlo en altura para poder ver mejor. Esta desviación hace que situemos nuestra posición fuera del lugar óptimo calculado para protegernos con las medidas de seguridad que incorporan los coches, por lo que tenemos un mayor riesgo de sufrir heridas graves en caso de colisión frontal.
Y otro ejemplo sobre la seguridad, en este caso, laboral. La autora de «Invisible Women» apunta un grave problema en algunos oficios, como el de agente de policía. Los chalecos protectores son también estándares en gran medida, lo que provoca desajustes en el encaje con el cuerpo de las mujeres, que a veces incluso optan por quitárselos por la incomodidad que supone para el movimiento del cuerpo o incluso , ¡hacerse una reducción de pecho!, explica Criado, que cita datos sobre la policía inglesa, en este caso.
Arquitectura y urbanismo (quizá neutros, pero no igualitarios)
Uno de los casos más sonados y conocidos de diseño aplicado supuestamente de forma neutra con consecuencias nefastas para las mujeres es el de los aseos en los edificios públicos. Puede parecer justo y equitativo ofrecer el mismo espacio a hombres y mujeres, pero no lo es. En los lavabos masculinos suelen caber más personas a la vez por m2 por el hecho de que, habitualmente, existen urinarios (que ocupan poco) y cabinas con inodoros (que ocupan mucho). En el caso de las mujeres, sólo existen cabinas con inodoros, con lo que la capacidad de uso por m2 es menor. Si a esto añadimos que las mujeres tardamos una media de 2,3 veces más tiempo que los hombres en utilizar las cabinas con inodoros, el resultado son largas colas en horas punta. También debe tenerse en cuenta que las mujeres tienen muchas más posibilidades de ir acompañadas de niños y niñas o de personas discapacitadas o mayores, que tardan aún más tiempo en el uso de los lavabos, más el 20 o 25% de probabilidades de tener el período en las mujeres en edad reproductiva, con la necesidad de cambiarse el tampón, la compresa o vaciar la copa menstrual. ¿Aún te parece justo que los lavabos de hombres y mujeres sean del mismo tamaño?
El caso es mucho peor en lugares como la India o algunos países africanos, donde un 60% de la población no tiene acceso a inodoros en casa y sólo pueden utilizar los comunitarios. Las mujeres pierden mucho tiempo buscando lugares donde realizar sus necesidades y a menudo sólo van una o dos veces al día porque están muy lejos de casa, con las consecuencias para la salud que esto puede suponer. La falta de lavabos multiplica el riesgo de acoso sexual de las mujeres en su búsqueda de lugares escondidos (los datos que ofrece Caroline Criado son escalofriantes), aparte del riesgo altísimo de contraer enfermedades parasitarias, hepatitis, diarrea, cólera, y un largo etcétera. La planificación urbana ignora a las mujeres en estos países de forma flagrante y seguramente si hicieran un estudio económico comparando el coste de construir aseos públicos seguros con el coste en vidas o en el sistema de salud que provoca su carencia, verían clarísima la necesidad de invertir.
Hay otros casos bastante dramáticos respecto a la no neutralidad de la planificación urbanística y del reparto de los presupuestos de las administraciones. Se calcula que unas dos terceras partes de los usuarios del transporte público son mujeres, y que las mujeres realizan un 75% más de viajes encadenados caminando y en transporte público que los hombres (para cuidar a los niños, acompañar a las personas mayores, aprovechar los viajes entre la casa y el trabajo para comprar, etc). Esto hace que la falta de inversión en transporte público a favor de las carreteras, por ejemplo, sea no sólo mala para el medio ambiente, sino también mucho más injusta con las mujeres. La falta de iluminación en las calles y en los parques afecta también más a la seguridad de las mujeres, que estadísticamente sufren muchísimos más acosos y, consecuentemente, se sienten más inseguras sólo por caminar por la calle.
Hay infinidad de casos más que los que acabo de exponer, pero después de haberme leído “Invisible Women” me queda claro, más que nunca, que el mundo está hecho a la medida de el hombre, que no de los humanos. Las necesidades de las mujeres en todo el mundo son ignoradas sistemáticamente y, desde las diferentes disciplinas del diseño, existe un largo camino a recorrer para revertir esta situación. Está en nuestras manos analizar con sentido crítico los datos y hacerlo con mirada poliédrica antes de crear nuevos productos o servicios, teniendo en cuenta las necesidades de todas.
Cristina Gosálvez