Lejos de ser una simple propuesta de renovación estética, el proyecto loosiano se asentaba sobre una comprensión moral de la arquitectura y el diseño.
Este es un artículo de opinión publicado en La Vanguardia.
El Museo del Diseño de Barcelona acoge hasta el próximo 25 de febrero la exposición «Adolf Loos: Espacios Privados». La muestra, comisariada por Pilar Parcerisas, reúne una extensa y variada selección de muebles, objetos, maquetas, planos, fotografías y material gráfico relacionado con el trabajo de este arquitecto que revolucionó los cánones constructivos y estéticos de la Viena de principios del siglo pasado.
La propuesta de Loos se oponía frontalmente a las formas decorativas promovidas por la decadente monarquía de los Habsburgo. La síntesis de este radical proyecto de renovación se plasmó en su célebre conferencia de 1910 «Ornamento y delito», uno de los principales manifiestos fundacionales del modernismo arquitectónico. “La evolución de la cultura se pone de manifiesto en la eliminación del ornamento de los objetos útiles”, proclamaba Loos en este texto publicado inicialmente en francés en 1913 en Les Cahiers d’aujourd’hui y que no vería la luz en alemán hasta casi veinte años después. Lejos de ser una simple propuesta de renovación estética, el proyecto loosiano se asentaba sobre una comprensión moral de la arquitectura y el diseño. Así, el ornamento representaba una simulación, una falsedad inmoral, que sólo servía para acelerar la obsolescencia de las edificaciones, el mobiliario y los objetos en general.
Contraponiendo exterior e interior, Loos ponía todo el énfasis en los espacios que se esconden detrás de las fachadas, aquellos lugares donde habitan las personas y donde se desarrolla la vida privada. Tal como sugiere la comisaria de la exposición, esta priorización de los espacios interiores sobre los exteriores puede entenderse como una forma de preservar la intimidad del individuo y resolver la “escisión entre el ser individual y el ser social”. Como respuesta a los recargados interiores burgueses de la época, Loos proponía unos espacios hechos a medida para su uso diario y concebidos específicamente a partir de su función.
Esta preocupación por diseñar unos interiores que fueran a la vez prácticos y confortables dio lugar al denominado Raumplan, una metodología de planificación consistente en una distribución de las estancias a distintas alturas según su función. “Yo no proyecto planos, fachadas ni secciones”, afirmaba Loos. “Yo proyecto espacios. A decir verdad no hay ni planta baja ni piso superior ni subsuelo, sólo hay espacio (…) Se deben unir los espacios de manera que el pasaje entre ellos sea imperceptible y natural, pero de la forma más eficaz”. El Raumplan se aprecia de forma muy particular en los interiores de la Villa Müller, coetánea de la Villa Tugendhat de Mies van der Rohe o la Villa Savoye de Le Corbusier.
La exposición nos descubre los interiores de esta y otras obras de Loos, también algunas que nunca llegaron a realizarse como la espectacular casa que proyectó para la bailarina, cantante y actriz Joséphine Baker o el proyecto de rascacielos en forma de columna dórica que concibió para The Chicago Tribune, todo un ejercicio de post-modernismo avant-la-lettre. “Los otros son artistas de la escuadra, Loos es el arquitecto de la Tabula Rasa”, escribió Karl Krauss en una ocasión.
Autor: La Junta del FAD